lunes, 6 de septiembre de 2010

Y así empieza mi guión

Sec 1 Salón Int Noche

Un pequeño salón de una casa perdida en un pueblo no muy lejos de una hermosa ciudad. El salón tenía tres sofás individuales, todos distintos, una mesa de comedor de madera con seis sillas a juego. Frente a la mesa había un pequeño aparador sobre la que había varios marcos de fotos, una antigua televisión en blanco y negro, de aquellas en las que la carcasa era de madera, y para sintonizar tenías que dar vueltas a los botones hasta que apareciera algún canal.

En la sala había una mujer sentada en una de las butacas, con un costurero arreglando una camisa de hombre. La mujer tenía unos 31 años, con el pelo corto, los ojos verdes y las manos ásperas llenas de cicatrices de las miles de puntadas que sus dedos habían dado para construir tantos y tantos vestidos.

A su lado estaba sentado en otra butaca un hombre de unos 33 años, de pelo negro, tenía unas gafas, tipo de policía corrupto pero de ver. Al igual que la mujer, sus manos estaban gastadas probablemente de trabajar con ellas, pero a pesar de su rugosidad eran unas manos hermosas, manos que contaban historias, manos que al rozar cualquier piel se emocionarían porque a través de sus líneas se escuchan leyendas.

En la tercera butaca había un niño de nueve años, de pelo muy oscuro, con unas grandes gafas, con cristales contundentes, pero las gafas no eran suficiente como para ocultar aquellos grandes y expresivos ojos. Estaba en pijama y miraba con atención aquella tele vieja.

Pero había una persona más en aquella habitación, sentada sobre el regazo de su padre, una niña miraba hacía la tele con expectación y fascinación. No debía tener más de cuatro años, su pelo era castaño, estaba algo rellenita, pero eso le proporcionaba un aspecto muy tierno. Solía ser bastante inquieta pero lo que veía la tenía como hipnotizada.

Años después esa niña recordaría aquella escena y descubriría algo que en aquella noche cualquiera de 1986 no había sido consciente. La fascinación por aquellas imágenes se convertiría en pasión, y esa película fue la semilla de dos grandes pasiones de su vida. King Kong de 1933, le mostró la mágia del cine, la decadencia de la industria y que cuando amas algo, negarlo es inútil porque siempre acabas frente a él. Y conoció la existencia de una ciudad en que quizás el cine podría no verse a través de una pantalla, sino que lo real fuera todavía más fascinante que la película. Así escucho por primera vez el nombre de New York.

Esa niña era yo, y 24 años después sigo viendo las películas con los ojos de cuando tenía cuatro años, emocionándome y deseando que sus historias sean reales. Solo que ahora soy yo la que quiere escribir esas historias, la que quiere emocionar, la que desea crear mágia.